Imperialismo moderno

El afán de progreso científico y tecnológico orientó a las grandes potencias capitalistas en la era de la industrialización. Poseedoras de una industria poderosa, las grandes potencias dependían de los avances que mejoraran sus sistemas de producción fabril y optimizaran el transporte ferroviario y marítimo para que les permitiera una eficaz extracción de materias primas en sus colonias.

La competencia entre países altamente industrializados fue también una rivalidad científico tecnológica y por el control de océanos y sitios estratégicos en todo el planeta. En ese panorama de ambiciones imperialistas, propias del nuevo orden económico industrial, se contemplaba la posibilidad de resolver mediante la guerra los conflictos geopolíticos entre potencias capitalistas. Lenin diría más adelante que este imperialismo económico es la etapa superior del capitalismo.

La necesidad de garantizar colonias, mercados, materias primas y fuerza de trabajo movió a las potencias imperialistas a rivalizar por el control de África. Francia logró colonizar territorios como Túnez, Argelia y Marruecos sobre la costa africana del Mediterráneo. Inglaterra, con una visión más estratégica, negoció la construcción del Canal de Suez en Egipto para así controlar el contacto entre Europa, Asia y África en el Medio Oriente, aprovechando que el Imperio turco estaba perdiendo su hegemonía en los Balcanes y que Rusia estaba enfrentando dificultades económicas para desarrollar su industria y transporte marítimo.

Inglaterra ejercía, además, un verdadero imperio naval que abarcaba el Mar del Norte, el Atlántico, el Mar Rojo y el Océano Indico, y que en 1842 había obligado a China, mediante la Guerra del Opio, a firmar el Tratado de Nankín, en el que se comprometía a abrir sus fronteras comerciales al capitalismo británico.

Guerra del opio en China

Canadá y Belice en el Continente Americano fueron otros de los sitios colonizados por Inglaterra. Japón era una potencia que había iniciado su carrera industrial desde mediados del siglo XIX, con progresos notables.

La modernización política impulsada por la dinastía Meiji desde 1868, el desarrollo de la agricultura nipona para abastecer una población en aumento y sus ambiciones territoriales hacían de Japón un país que amenazaba las ambiciones geográficas de Rusia.

Fue hasta 1905 cuando Japón demostró su potencial bélico y su armamento moderno, durante la Guerra ruso­japonesa. Japón derrotó a Rusia y le arrebató Corea y otros puntos estratégicos para el comercio internacional.

Retirada de los soldados rusos en un combate con soldados japoneses

Otra potencia que estaba desarrollando su capacidad industrial y su influencia geopolítica era Estados Unidos. Desde su independencia hasta finales del siglo XVIII, este país mostró progresos económicos y un vertiginoso proceso de desarrollo industrial. A lo largo del siglo XIX desempeñó un papel hegemónico sobre el Continente Americano; la Doctrina Monroe, “América para los americanos” formalizaba el apoyo estadounidense a las soberanías latinoamericanas, pero establecía las bases políticas e ideológicas para el ejercicio de un dominio colonialista sobre México, el istmo de Panamá y Sudamérica.

En realidad, Estados Unidos fue la potencia que más obstáculos puso a los ideales de integración latinoamericana que Simón Bolívar, el libertador de Colombia, Venezuela y otros países sudamericanos intentaron promover, y también es el que más veces ha allanado la soberanía de las naciones latinoamericanas.

En el Destino Manifiesto (1845) dio a conocer que la misión de Estados Unidos era defender la libertad y la democracia. En la política de Teodoro Roosevelt, conocida como política del «Gran Garrote» (1904), otorgaba a Estados Unidos el derecho de intervenir en los países latinoamericanos justificándose con el argumento de que su país tenía la función de vigilar el orden en América Latina.

Política del "Gran Garrote"

Durante el Siglo xix Estados Unidos expandió su influencia territorial al adjudicarse el territorio del norte de México mediante la guerra de 1846, así como el de Alaska, Guam, Hawái y otros sitios estratégicos sobre el Pacífico. Aprovechó también la independencia de Cuba y Puerto Rico para, en 1898, anexarse ambas colonias. Más adelante pudo apoderarse también de Filipinas, pues la derrota de España en el Caribe y en el Pacífico le permitió consolidarse como imperialismo.